Monterrey, 1846-1848


 

Uno de los fenómenos recurrentes en la historia de la ciudad de Nuestra Señora de Monterrey es su destrucción física o material. De hecho, a escasos 16 años de haber sido fundada, fue cambiado su primer trazo hacia la inmediata parte alta del sur, por una severa inundación que la desdibujó, desarticulándola por completo. Este hecho se va a repetir desde entonces con cierta recurrencia en ritmos temporales asimétricos de entre diez a cuarenta años, fenómeno vigente en nuestros días. Otro flagelo que ha dañado la ciudad en parcialidades de variado monto han sido los efectos de incendios provocados por el fuego descuidado y fuera de control.

 

 

Asimismo, la destrucción urbana, además de las de origen físico, se ha presentado cuando los ciudadanos han vivido la experiencia de la guerra: durante el periodo colonial los agresores fueron las hordas de aborígenes chichimecas que asolaban y dañaban sensiblemente el patrimonio construido por los invasores novohispanos asentados en su territorio, causando severos daños al patrimonio edificado; mientras que en el periodo independiente, la confrontación bélica fue para contener la invasión de extranjeros con fines de expropiación territorial. La de más graves consecuencias para le integridad de la ciudad fue la invasión norteamericana, acontecida de 1846 a 1848.

 

 

Aparte de las narraciones históricas de tales acontecimientos, contamos con las visiones de la ciudad descritas en géneros literarios de índole diversa, los cuales nos permiten apreciar y evaluar tanto el aspecto urbano como la calidad de vida de sus habitantes. En el caso particular de Monterrey, invadido de 1846 a 1848, contamos con varias descripciones de antes, durante y después del conflicto. En este ensayo se han seleccionado parte de las narraciones de escritores que de alguna forma tomaron parte activa en el suceso. Manuel Payno y Flores dibujó la ciudad en 1844, en la sección “Panorama”, cuando colaboraba con Guillermo Prieto en el periódico capitalino El Museo Mexicano.

 

Fue secretario del general Mariano Arista como jefe del Ejercito del Norte y en el Ministerio de Guerra. Entonces se vivía en la antesala del conflicto, sin la menor sospecha de que llegase a suceder ni de los alcances del mismo. Dos años después, Payno participaría en el frente como defensor de la patria. Parte de su ensayo es lo siguiente:

 

Monterrey está situado en un pequeño valle al pie de las últimas montañas de la sierra Madre… El plano de la ciudad es bastante regular; los edificios, si bien de esa clase de arquitectura sin belleza ni elegancia, son sólidos, de buena apariencia, y cómodos en el interior; las calles son rectas, con sus respectivas banquetas, empedrados y alumbrado en las noches, y la Catedral es un templo semejante a nuestras celebradas iglesias de Santo Domingo o San Agustín… Pero lo que hace que tal población sea extremadamente bella, es su situación al pie de dos cerros elevadísimos, el de la Silla y el de la Mitra… El cerro solo, como va expresado, haría de Monterrey uno de los sitios más bonitos de la República; pero aún tiene otros extremadamente pintorescos, tales como el Ojo de Agua, o el puente de la Purísima y el bosque de Santo Domingo… El puente de la Purísima está construido en el río que se forma, según creo, en las vertientes del Ojo de Agua, para comunicar una parte de la ciudad con otra donde se están edificando muchas casas, y se comenzó a levantar una nueva catedral. A la izquierda del puente hay una calle formada de preciosas casitas y de huertas, sombreadas por unos álamos, y este punto es el del paseo en los días festivos… Una palabra sobre los habitantes, es la clase de gente mejor que yo he conocido: amables y hospitalarios… Si Monterrey estuviera completamente libre de los indios bárbaros, que en tiempo de invierno suelen cometer sus depredaciones en las cercanías, sin duda que progresaría mucho, y sería uno de los más deliciosos países para pasar una vida quieta y tranquila.

 

John Reese formó parte del ejército ocupante de la ciudad, y sus memorias fueron publicadas en 1873 con el título de Memoirs of a Maryland volunteer. War with México, in the years 1846-7-8. Parte de sus impresiones, inmediatamente después de la batalla, son las siguientes:

 

 

Estuve de visita en la ciudad. Como puede suponerse, mis primeros pasos los dirigí hacia la esquina en donde vi a algunos oficiales y hombres en el suelo. Parecía muy natural; las casas deshabitadas, las puertas abiertas, las paredes derrumbadas y destruidas; y todo, excepto los muertos y moribundos, el ruido ensordecedor y el tumulto de la batalla, eran tal como a mí me pareció la mañana del 21 (de septiembre de 1846)… De ahí me dirigí calle arriba, junto a la entrada del puente y examiné con cuidado la línea de defensa y sobre todo las barricadas.

 

Aprendí una lección acerca de cómo se construyen éstas en las calles de Monterrey. No creo que se pudieran haber construido mejor o de manera más práctica. Me percaté que las calles estaban pavimentadas con rocas basálticas cuadradas, las banquetas eran largas y de losa nivelada. En muchas calles el pavimento había sido levantado por razones de defensa, en cada casa había parapetos de bolsas de arena, barricadas y baluartes en cada esquina… Visité la Catedral y me sorprendí al encontrar una iglesia grande e imponente. Su exterior e interior son dignos de una extensa visita… Trepé montaña arriba al oeste de la ciudad, hacia el edificio llamado “Obispado” o “Palacio del Obispo”. Me dirigí a la ventana desde donde había visto el primer enemigo saltar, cuando las tropas de Worth lo tomaron por asalto. La vista desde esta ventana era encantadora, la llanura y la ciudad anidada en su regazo se me venían a la cara; eran también visibles nuestro campamento y el camino por el cual entramos a la ciudad, y a mis pies podía ver el viejo fuerte grisáceo (la Ciudadela, en las actuales calles de Juárez y Tapia), del cual había sido retirado el armamento, pero guardaba la apariencia indudable de un veterano orgulloso de su proeza… Fue impresionante el número de hombres, no combatientes, que surgieron como arte de magia con el ejército de ocupación. De dónde salieron tan de repente después de la rendición, nadie podría decirlo, pero invadieron el lugar. Había tiendas americanas, alimentos americanos, bebidas americanas, tahúres americanos que desplazaron a los tenderos y gariteros mexicanos. Ellos siguen al ejército, nunca lo preceden. No pertenecen a ninguna parte.»

 

 

José Sotero Noriega llegó de su natal Zacatecas a Monterrey en 1846, de 21 años, como médico del Ejército del Norte en la defensa de la ciudad ante la invasión norteamericana. Fijó su residencia familiar en Linares. Fue diputado federal por Nuevo León en 1856, y en ese tiempo publicó en el Diccionario Universal de Historia y Geografía la descripción de la ciudad después de la batalla.

 

Monterrey, ciudad capital del Estado de Nuevo León… a poco más de 700 varas de altura sobre el nivel del mar…sus calles amplias y largas, aunque no todas rectas, empedradas y provistas de cómodos andenes por ambos lados; sus casas de muy sólida construcción, casi en su totalidad de sillería, generalmente de un solo piso; pero bien pintadas y adornadas, dan a la ciudad un aspecto risueño y de una población enteramente nueva… La Catedral, templo de tres naves de muy fuerte construcción, excita sin embargo en el espectador un sentimiento penoso por la incuria y suciedad en que se conserva… El convento de San Francisco y la iglesia anexa a él nada ofrecen de particular; las capillas del Roble, de la Purísima y de Jesús, María y José, son pequeños oratorios muy poco dignos de una ciudad de la importancia de Monterrey. El palacio de Gobierno (esquina norponiente de las actuales calles Morelos y Escobedo) y del Obispado, amplios y capaces para los objetos a que están destinados, son de construcción fuerte, pero desprovistos absolutamente de la hermosura y elegancia propios del arte arquitectónico. El Palacio Municipal es, de los edificios públicos, el único que indica el principio del buen gusto… la verdadera época de su desarrollo y prosperidad ha datado de la del tratado de paz celebrado con los Estados Unidos en 1848; desde entonces, aproximada la línea divisoria con aquella nación, Monterrey ha sido el centro del gran comercio de los estados mexicanos del interior con el país vecino… Esta circunstancia, unida a las leyes francas y liberales que en todas materias se ha dado al estado de Nuevo León, han atraído a su capital una gran población extranjera y nacional, duplicándose en menos de ocho años el número de habitantes de la ciudad: su riqueza ha aumentado en mayor proporción, y los muchos edificios de sillería construidos y en construcción serán el mejor testimonio de ello.